Un espacio abierto y diáfano, huérfano de comodidades: un gran escaparate que rebosa de género; paredes blancas sólo alteradas por las fotos, litografías y cuadros con motivos taurinos; azulejos que proceden de una vieja alquería en Villa Real del siglo XIX; no hay sillas ni lugar donde sentarse, únicamente mesas altas y una barra larga casi siempre llena; tampoco encontrará carta: la oferta aparece en dos sobrias pizarras blancas colgadas de la pared.

En este espacio, Juan Manuel custodia para los suyos materias primas fabulosas y tiene el don de detectar y adelantarse a las apetencias del cliente. Aquí, entre otras delicias ofrece mariscos cocidos procedentes de las rías gallegas y de Huelva, las mejores gambas al ajillo de la ciudad, cigalas de distintos tamaños, nécoras, santiaguiños, percebes, camarones, ostras y centolla de río o las almejas, anchoas, boquerones, berberechos, chipirones, mejillones, navajas, zamburiñas o la mojama de San Pedro del Pinatar (Murcía).

Mariscos La Toledana nos recuerda que, por encima de la caprichosa veleta de las modas, se encuentra nuestra fe en las tabernas sin cosmética, con parroquia fiel y trato familiar. Su barra de acero es cómplice de aperitivos colosales y testigo de la confianza depositada en el cantinero. Genuino lugar de gozo, una pequeña joya cuyo único pero es que solo abre a mediodía y hasta las 15,30.

Reseña de Rogelio Enriquez, Presidente de la Academia Madrileña de Gastronomía